¿DÓNDE ESTÁ 'EL MELLO'?
Una historia de resistencia perpetua
SOY YO
Allí, en donde las aguas del Río Magdalena dejan su tranquilidad atrás y se entregan con recelo al Río Sogamoso, justo entre los espacios que se distinguen en las casas hechas con cañabrava y se percibe la lejanía, se arrastra el recuerdo de un hombre ausente: ‘El Mello’.
El 5 de agosto de 1964, los mellos de la familia vieron la luz y escucharon el zumbar de las Bocas del Sogamoso. Meses después, de pequeño, murió uno de ellos. Al que quedó le apodaron ‘Mellito’ o ‘El Mello’: un niño tímido, pasivo, pero muy inteligente. En sus primeros años recorría la muralla* y acompañaba a su apá —como le decía— a sembrar y a coger la cosecha; cuando iba a la escuela de la vereda Puerto Nuevo todos quedaban asombrados con sus ideas; se leía las revistas de antaño que sus hermanos le conseguían y entonaba algunos de sus sones vallenatos favoritos.
*Muro artesanal hecho con sacos de piedra por los habitantes de la vereda para proteger sus casas de la creciente del río.
Soraya, una de las hermanas de 'El Mello', recuerda cómo era de niño: “Bella persona, buen hermano, buen hijo y me quería muchísimo; cuando yo iba a la finca, me recibía con ese amor, ese cariño y durábamos casi toda la noche hablando”. Mirando las estrellas que se hacen visibles en la mitad del campo y a altas horas de la madrugada, Soraya y 'El Mello' adelantaban cartilla. Y es que, según ella, empatizaron más porque él siempre la acompañó en su dificultad para caminar: la esperaba, la escuchaba, la protegía.
Aquel niñito que se paseaba por los matorrales lejanos al río, tuvo que dejar la escuela, pero su inteligencia no disminuyó. Desarrolló la empatía por las personas y el liderazgo para su comunidad. Quizás esto fue el presagio de su afanoso destino.
“Mi hermano era un hombre de paz, él era muy justo. Le gustaba sí pertenecer a comunidades porque a él le gustaba ayudar a la gente”
La solidaridad y la inteligencia de aquel hombre de estatura promedio, de tez blanca y de cabello enrulado, hicieron que se convirtiera en el representante de la Junta de Acción Comunal de la vereda y que rápidamente consiguiera ayudas para la gente: gasolina para los motores, mercados para las familias, una voz visible en medio de tanta necesidad.
Todo el mundo sabía quién era ‘El Mello’, apenas en sus veintes había logrado ser un vocero visible —hasta fue gerente de la Cooperativa de la Felicidad (Paloquema’o)—, pero eso tenía sus costos: la violencia en la zona se recrudeció, llegaron grupos al margen de la ley y empezaron un nuevo mandato: al principio, veían a ‘El Mello’ como un hombre más, pero luego supieron de la ‘amenaza’ que representaba: no podían permitir que su resistencia creciera o continuara.
Claudia, excuñada y amiga cercana a ‘El Mello’ recuerda:
“Él procuraba mucho por la gente de Paloquema’o, ayudaba a conseguir el combustible para el motor de allá, el ACPM. Él venía hacia la base de Barrancabermeja a pedir combustible para allá. Por eso él tuvo problemas, lo mal informaron. Como era una base, a él lo mal informaron; dizque él venía a traer cosas malas y no, él venía era a conseguir combustible para la misma luz y ayuda de la comunidad”.
Llegó la amenaza y sí: que lo estaban esperando, que lo iban a matar.
‘El Mello’, el que se sentaba a tomarse sus tragos en la caseta que él mismo fundó con amigos y conocidos, el hombre trabajador que se ponía a cuestas racimos de plátano y que amaba a su familia como ninguno, se veía obligado a irse; a guardar sus colecciones de casetes, a resignarse a no releer sus libros, a silenciar sus historias inventadas y a olvidar sus amores furtivos.
“Quién preguntará por mí
Después que me fui
A perderme en mi andar
Quién me contará de ti
Si sufres el dolor
El que hoy me hace mortal”
Con estos versos de Diomedes en la boca y recordando lo mucho que le gustaba el vallenato a su hermano, Soraya dice con sentimiento: el 27 de junio de 1989. Ese día perdí yo a mi hermano, el día de mi cumpleaños. Yo lloraba muchísimo y él se fue para siempre de Barranca”.
EL LOBO PERDIDO
El llanto de ‘El Mello’ podría asimilarse al aullido de un lobo cuando deja su manada. Dejar su tierra, su gente, su vereda, su familia. Al otro día de irse, bien temprano, llegaron a la finca preguntando por él. Le preguntaron a doña Juana y a su esposo por su hijo; ellos dijeron que ya venía, que estaba monte adentro. No era cierto. ‘El Mello’ se había ido.
La tristeza y la incertidumbre se apoderaron de la familia. ‘El Mello’, según varias versiones, se había ido para Morales (Bolívar) a despedirse de una sobrina que él quería mucho y a pasar tiempo con la gente de este pueblo, que lo respetaba en la época. Pero solo vino de visita, porque estaba decidido a irse para Los Llanos. Allá estaba un hermano mayor, Leopoldo.
‘El Mello’ llegó a Casanare y de ahí, según contaban los abuelos, recorrió todo corregimiento, vereda, municipio y distrito del territorio. Continuó su liderazgo, pero con más discreción; comenzó a beber más y a perderse de seguido de la familia.
Las cartas no tenían lugar exacto de destino; hasta Soraya las enviaba a cualquier parte; buscando a su hermano perdido: perdido de la familia, del mundo, nadie sabía de él porque hasta se había separado de Leopoldo. “Un día le envié una carta con mis lágrimas y una foto mía con mi hija (sobrina que ‘El Mello’ no conocía aún) —recuerda con nostalgia Soraya— y después de muchos meses me enteré que la había recibido, él la leyó”.
La distancia era cada año mayor: no se sabía en dónde estaba. Hay voces que cuentan que se lanzó de concejal en algún corregimiento y resultó electo, pero hasta el momento no hay hechos que lo prueben. El aullido del lobo al salir de casa se había convertido, quizás, en un exilio perpetuo. ‘El Mello’ se sintió perdido: sin casa, familia, ni sus viejos amigos.
‘El Mello’ regresó en el 2001. No llegó a Barrancabermeja, sino a Piedecuesta donde Juana, su mamá, lo esperaba con ansias.
“Ay, mi hijo […] en esa época conversamos mucho, lo vi muy cambiado, pero nos alegramos profundamente de verlo”. Juana, con sus 85 años y con algunos hijos ya muertos, recuerda con especial cariño a ‘Mellito’ y se le nublan los ojos y se le apaga la palabra, y queda suspendida en un silencio con tinte desolador.
Soraya también recuerda el anhelado encuentro: “Yo fui a visitarlo: lo vi tan cambiado. Él se alegró y bailamos […] él decía que se quería robar a mi mamá para llevársela para El Llano, porque él la quería mucho […] Yo le decía que se viniera para Barranca, pero él no quería porque el grupo subversivo estaba todavía”.
El baile con las canciones de Diomedes Díaz, del Binomio de Oro y Rafael Orozco, se confundían con las lágrimas y la emoción de volver a tener a ‘Mellito’ cerca. Las cervezas, la comida y el reencuentro se convirtieron en canción: aún no se sabe si en ‘El Parrandón’, ‘Nostalgia’ o ‘Muere una flor’; pero el final se acercaba.
El aullido del lobo parecía haberse silenciado. Parecía encontrar una luz en medio del camino para recobrar el rumbo, pero no fue así: “Vimos que él no estaba bien, que estaba diferente, se veía enfermo, más viejo. Y se veía que los años anteriores en Los Llanos no lo habían tratado muy bien”. Sin embargo, él se regresó y de ahí no lo volvimos a ver, comparte Carmen, la hermana mayor.
TE LLORO YO
“Eso fue algo horrible” cuenta con voz baja Carmen. Era enero de 2002, caluroso como ninguno en Barrancabermeja… Juana, su mamá, no quiere recordar. Lo cuenta con afán, como si le atravesara un ‘algo’ en el alma al hablar sobre él:
“Un día llegó un señor a donde Leopoldo —el otro hijo mío— y le dijo que a él se lo había llevado un grupo que llegó en una camioneta y embarcó ese poco de gente y se fueron y ni más”
Carmen, con resignación, revive el momento: “Estábamos aquí reunidos, precisamente aquí en la casa. Cuando me llamaron al teléfono fijo en esa época. Que a mi hermano lo habían matado. Nos vino el mundo encima, estallamos en llanto. Pero impotentes, porque no sabíamos qué hacer”.
¿Estaba ‘El Mello’ muerto? ¿Quién lo había hecho? ¿Dónde estaba ‘Mellito’? ¿Era acaso una sombra perdida?
Nadie sabía nada. El miedo imperaba como la primera ley: el paramilitarismo estaba en auge, las guerrillas a la defensiva y nadie, aunque viera a un ‘fulano’ o supiera de un ‘zutano’ se atrevía a decir algo. Una amistad cercana a Leopoldo —hasta hoy con identidad desconocida— le contó. Leopoldo llamó a Barrancabermeja, Juana se fue a buscarlo a Los Llanos. No encontró nada ni a nadie.
“¿Y qué va uno a hacer? No puede hacer nada”
Juana puso los denuncios, fue a la Fiscalía, a la SIJIN, a Acción Social, habló con uno, con otro… no había rastro de ‘Mellito’.
“Total que yo acudí a la ley, puse todos los denuncios de lo que supe y de ahí no supe más nada. Después llegó un señor que era reparador de víctimas a hablar conmigo para decirme que no había encontrado rastros de nada”.
Lo único que se sabe es que —presuntamente— lo habían matado en un pueblito cerca de Villanueva, Casanare. Los nudos en la garganta son indescriptibles, es como si su cuerpo también estuviera anudado, tratando de buscar salida. La tristeza y la incertidumbre quedaron reducidos al recuerdo.
“Nadie lo vio. La gente contaba que lo habían matado en tal parte y luego que no, que era en otro lugar. En fin, no supimos a ciencia cierta en qué lugar de Los Llanos él fue muerto y exactamente qué grupo al margen de la ley fue. Lo que sí supimos fue —supuestamente— que lo mataron de una forma muy cruel”.
Las cajas de casetes que dejó cuando se fue se habían quedado sin dueño para siempre. La caseta de Puerto Nuevo, la cancha de la vereda y los motores en el Magdalena se quedaron con el recuerdo vago de un hombre que no fue a la escuela, pero fundó una; un hombre que no estudió, pero hacía de profesor; un hombre pobre, pero que ofrecía más de lo que tenía.
“Todo el mundo lloró a ‘El Mello’, yo lo lloré, la gente de Morales también, una pérdida terrible. Él, tan inteligente, tan buena persona, no se entiende por qué”, expresa Claudia deseando que la historia fuera solo una novela literaria.
Buscar una razón para semejante hecho resulta grotesca: ¿por qué matarían a una persona? Se susurra en los pasillos que ‘Mellito’ tenía una orientación sexual distinta para la época, que había sufrido todas las consecuencias de la pobreza, que de tanta inteligencia había perdido la cabeza. Ninguna de las anteriores, aunque fueran ciertas, resultan válidas para terminar muerto.
Hasta la fecha de su muerte es una versión oral de la gente.
“Dicen que ese día mataron a mi hermano: el 17 de enero de 2002”
El discurso se desespera: es la reacción de la mente, ya no hay dolor, sino desesperación. “No supimos quién fue, no supimos quién fue porque él era un hombre de paz, a él le gustaba ayudar a la gente”, dice sollozando Carmen.
La reparación de víctimas sí se dio. Pero no como ahora. “Un día llamaron a Leopoldo, una señora del gobierno, que fuera al Banco de Bogotá a retirar una platica, era lo que nos dieron de los denuncios y por ser víctimas. Está bien, pero el dolor sigue aquí”, cuenta Juana que, a pesar de su edad, recuerda con exactitud los sucesos.
‘El Mello’ desapareció, la gente dice que lo mataron con fecha incluida y construyendo teorías, ¿pero cómo creer en lo que nunca se vio o se comprobó?
EL SILENCIO
Se vive con un vacío constante. Apenas se entra a la casa de la familia se siente: no hay fotos de él a la vista ni ropa ni nada. Todo lo de ‘El Mello’ quedó reducido a un baúl que guardan —solo para los de la familia— con mucho amor y cuidado.
No, no hay una estatua de él en la casa; pero el dolor es latente. Solo basta con alguna expresión o cantar una letra de Rafael Orozco para recordar a ‘Mellito’. En medio de la cerveza en las reuniones familiares se dispersa la tristeza. Ya no se puede hacer nada. La incertidumbre quedó ahí.
“Eso duele mucho: que le desaparezcan al hijo de uno y uno sin saber qué pasó. Y por allá la enorme distancia”
Ningún grupo o persona se hace responsable, algunos dicen que es aislado, otros que ya ha pasado mucho tiempo. Entonces, parece que la familia silenció el dolor colectivo y protegió su propia historia.
El silencio colectivo también es una forma de resistencia y debe respetarse. A Juana, Carmen, Soraya, Claudia, Leopoldo y todos los que conocieron a ‘El Mello’, compartieron su dolor. A nadie más en la sociedad parece importarle.
“No había nada, en absoluto. Entonces, ¿qué nos quedó a nosotros? Bajar los brazos y decir como la canción: ‘cualquier tumba es igual’”
‘Cualquier tumba es igual’, pero no cualquiera volverá a ser como ‘El Mello’.
ESTOY AQUÍ
“A veces me parece que de pronto va a llegar: como así han pasado cosas, uno no sabe”, dice Juana con cierta duda. Han pasado 21 años de la desaparición y presunta muerte de ‘El Mello’, pero su presencia se siente en cada uno de los miembros de su familia: cualquier niño habilidoso, lo relacionan con la inteligencia de ‘Mellito’.
Y como la casa de Juana es casi la misma: a veces se podría imaginar que ‘El Mello’ se sienta en la sala, prende el equipo de sonido y pone sus vallenatos favoritos. En las fotos a blanco y negro del baúl, su mirada es decidida, amorosa, como si todavía estuviera ahí, mirándose a sí mismo en el álbum familiar.
“Uno siempre vive con que de pronto aparece. ¿Será que me va a llamar al número que tenía? Pero pasaron los años y nada. Pero no, mucha soledad y tristeza. A veces lo extraño mucho. Hay días que sueño con él, sueño mucho con él. Y yo digo: ‘Mellito’ está cerca, ‘Mellito’ está por ahí, ‘Mellito’ me quiere decir algo’"
Recordar a quien no se ha visto en mucho tiempo es la resistencia de la memoria. Capturar el último instante feliz, el último detalle de cabello enrulado, la última frase que se dijo. Es, al fin y al cabo, como el mismo Rafael Orozco lo cantaba en la canción favorita de ‘El Mello’: “Porque de mí haces parte, como luz a la vida, como el que más te admira, así te quiero yo”.
“Yo hablo con él. Yo siempre le digo cosas, a veces cuando estoy muy atribulada. Yo le cuento a mi hija menor, por ejemplo, la calidad de persona que fue mi hermano. Que no merecía esto, no lo merecía. Yo le diría en estos momentos a mi hermano que lo amo; que gracias por esa compañía tan grata, tan bonita que nos dio y que me perdone, que me perdone de pronto por no haber llegado más allá en la investigación para dar con su paradero. Sentimos mucho temor”.
‘El Mello’, donde quiera que esté, vivo o muerto, debe sentirse recordado. Que los nudos que en algún momento se hicieron en las gargantas y el miedo que se sintió en aquella época, se sanaron progresivamente con el tiempo.
Y que sí, que ya no se utilizan casetes o cartas, pero que la vereda está peligrosa todavía y que aún los pobres, en este país desolador, pagan con sus vidas. Que no se sienta solo y que lo están esperando: en la misma casa llena de recuerdos y con la misma gente. Que vuelva, porque todo él está aquí.
La cañabravaba lo ve todo. El ser solitario se formaba: ¿Cuántas veces le verá caer? ¿Cuántas veces escuchará sollozos en el silencio mientras se intenta cambiar de piel? ¡Que traigan otro inquilino que la cañabrava está sonriendo!
La cañabravaba lo ve todo. El ser solitario se formaba: ¿Cuántas veces le verá caer? ¿Cuántas veces escuchará sollozos en el silencio mientras se intenta cambiar de piel? ¡Que traigan otro inquilino que la cañabrava está sonriendo!
Como bestias salvajes empezaron. Atacad a quien pueda que no haya temor. Atacad las entrañas sin rigor. Deshuesar, como a los animales. Porque este ahora lo es todo, salvaje, indomable, grotesco, pura bulla y poco ajá. Lo es todo, menos un 'uno' y un 'otro'.
Como bestias salvajes empezaron. Atacad a quien pueda que no haya temor. Atacad las entrañas sin rigor. Deshuesar, como a los animales. Porque este ahora lo es todo, salvaje, indomable, grotesco, pura bulla y poco ajá. Lo es todo, menos un 'uno' y un 'otro'.
Ya no hay cañabrava; se ha ido. Está tan cerca y ya ni siquiera es nuestra. Que se escuchen los gritos y se irrumpa el silencio: la cañabrava ha muerto y hay que partir.
Ya no hay cañabrava; se ha ido. Está tan cerca y ya ni siquiera es nuestra. Que se escuchen los gritos y se irrumpa el silencio: la cañabrava ha muerto y hay que partir.
Detened. Detened está artimaña ¿Acaso es justo atacar sin pedir permiso?¿No es esto lo que nos hace menos que a una roca? Manos en alto, no, no de esa forma, de la otra con el otro, no de esa que distorsiona la tranquilidad. Los de allá nos quieren uno contra el otro. El otro ya ni nos ve como uno.
Detened. Detened está artimaña ¿Acaso es justo atacar sin pedir permiso?¿No es esto lo que nos hace menos que a una roca? Manos en alto, no, no de esa forma, de la otra con el otro, no de esa que distorsiona la tranquilidad. Los de allá nos quieren uno contra el otro. El otro ya ni nos ve como uno.
Lejos de la cañabrava, se abraza el corazón. No hay monte claro para el perdido, no hay salida para el detenido, no hay compañía sin la cañabrava. Retornar a ella es el anhelo.
Lejos de la cañabrava, se abraza el corazón. No hay monte claro para el perdido, no hay salida para el detenido, no hay compañía sin la cañabrava. Retornar a ella es el anhelo.
Ofrezco lo que tengo en mis dedos, la palma de mi mano y la poca razón que queda ¿Es la sinceridad hablando? ¿O solo una cortina que ha de ser abierta? Queda el resto de vida para averiguarlo. A veces no tenemos un reloj para medir la vida. Sí, a veces ni vida tenemos ¿Aceptas la sinceridad?¿Es el uno hablando? ¿O el otro cuestionando? Quien sabe, tal vez es uno, el otro, ninguno, los dos o quizás ya hay otros.
Ofrezco lo que tengo en mis dedos, la palma de mi mano y la poca razón que queda ¿Es la sinceridad hablando? ¿O solo una cortina que ha de ser abierta? Queda el resto de vida para averiguarlo. A veces no tenemos un reloj para medir la vida. Sí, a veces ni vida tenemos ¿Aceptas la sinceridad?¿Es el uno hablando? ¿O el otro cuestionando? Quien sabe, tal vez es uno, el otro, ninguno, los dos o quizás ya hay otros.
Hay un delirio de cañabrava en el camino. Vale la pena arriesgarse: ¡No se alcanza! ¡No es lo que se conoce! El instante de partir ha llegado. El último suspiro se entrecorta, pero se escucha: Quiero morir en mi cañabrava.
Hay un delirio de cañabrava en el camino. Vale la pena arriesgarse: ¡No se alcanza! ¡No es lo que se conoce! El instante de partir ha llegado. El último suspiro se entrecorta, pero se escucha: Quiero morir en mi cañabrava.
Y sobre los cielos se dijo: Tómense de las manos y créense uno con el otro, tómense de las manos y siéntanse uno con el otro. Tómense de las manos y piensen como uno y no los 'otros'. Sean uno o sean otro, ya no importa quién se quiera ser, porque si son dos u ochenta mil que son uno y no aquel otro. El uno y el otro por fin se habrán encontrado, no como uno, no como otro, sino como aquella sola historia que todos han de contar para uno y otros.
Y sobre los cielos se dijo: Tómense de las manos y créense uno con el otro, tómense de las manos y siéntanse uno con el otro. Tómense de las manos y piensen como uno y no los 'otros'. Sean uno o sean otro, ya no importa quién se quiera ser, porque si son dos u ochenta mil que son uno y no aquel otro. El uno y el otro por fin se habrán encontrado, no como uno, no como otro, sino como aquella sola historia que todos han de contar para uno y otros.
¡Mira! Han de ser las mismas articulaciones. La misma piel. El mismo rojo. El mismo cuerpo. Acerca, acerca, pensé que eran diferentes. De lejos el uno distorsiona al otro. El otro recuerda al uno. El uno y el otro. Ya existe una huella. Retornemos a la cañabrava.
¡Mira! Han de ser las mismas articulaciones. La misma piel. El mismo rojo. El mismo cuerpo. Acerca, acerca, pensé que eran diferentes. De lejos el uno distorsiona al otro. El otro recuerda al uno. El uno y el otro. Ya existe una huella. Retornemos a la cañabrava.
*Los nombres de las fuentes utilizadas en este especial periodístico fueron cambiados por la seguridad de ellas y de sus familias, debido a que en la actualidad grupos subversivos hacen presencia en el territorio y sus alrededores.